Hoy quiero hablarte desde un lugar un poco más serio, más sentido… y también más personal.
Porque no se puede hablar de Amy Winehouse sin que se me pongan los pelos de punta. Porque más allá del eyeliner perfecto, la voz rota y prodigiosa, y esos giros de jazz mezclados con soul que me hacían (y me hacen) temblar, Amy era una persona. Y como muchas personas que brillan muy fuerte… también se quemó por dentro.
Para mí, que ahora soy mamá, pensar en ella me toca hondo. Porque Amy quería ser madre. Lo decía. Lo soñaba. Pero ese deseo tan humano y tan tierno no tuvo tiempo de florecer.
Y me duele. Me duele imaginar todo lo que podría haber sido si su historia hubiera tenido otro final.
En las profundidades de mi infierno cuando no veía salida, me arropaba en ella y sentía su dolor… y muchos días sigo pensando en ella y en lo que mi vida podría haber sido de haber seguido por un camino tan oscuro.
Cuando cumplimos años miramos a todos los años que dejamos atrás desde nacimiento. Yo desde hace mucho tomo de referencia mis 27, edad tan notoria para los amantes del rock, y celebro cada año nuevo como un éxito.
Amy, la voz que gritaba ayuda entre aplausos
Amy tenía un talento descomunal, eso ya lo sabemos.
Pero también tenía una sensibilidad brutal, una de esas que no encaja bien con un mundo donde todo el mundo quiere algo de ti, menos cuidarte. Desde muy joven, lidió con un TDAH no diagnosticado, con depresión, ansiedad, desórdenes alimenticios… y la música fue su refugio. Pero como pasa muchas veces, lo que te salva también puede ser lo que te consuma si no tienes herramientas, red de apoyo o autocuidado.
Y en el caso de Amy, el éxito no fue una bendición. Fue una jaula dorada.
Piénsalo un momento: una chica con problemas de salud mental, sin un entorno estable que la proteja, lanzada al estrellato mundial.
Con medios que se relamían cada vez que salía desaliñada de algún bar, con una relación tóxica que más que amor parecía castigo, con drogas, con alcohol… y sin descanso. Sin nutrición. Sin rutina. Sin amor sano.
Ella cantaba “Love is a losing game”… y a veces siento que también jugaba a perder en la vida. No porque quisiera, sino porque no sabía cómo ganar sin destruirse en el intento.
Rodearse bien, conocerse mejor
Y aquí es donde quiero hacer la reflexión.
Porque a veces creemos que el éxito es tener fama, dinero, ser reconocida. Pero si el precio es tu salud mental, tu paz, tu vida… ¿de qué sirve?
No todo el mundo tiene que llegar al fondo como Amy. Pero cuántas veces hemos aguantado en relaciones que nos hacen daño, trabajos que nos drenan, entornos que no nos entienden.
Cuántas veces hemos actuado por presión, por “quedar bien”, por no decepcionar, y nos hemos dejado a nosotras mismas para el final de la lista.
Yo, con colon irritable, trastorno disfórico premenstrual y un alma sensible como una esponja en vinagre, he aprendido (y sigo aprendiendo) que el éxito no es una portada.
Es poder dormir tranquila.
Es estar con mi peque y sentir que esa es la mejor canción que he escrito nunca.
Es comer algo que me nutra.
Es decir que no, cuando algo me duele.
Es tener cerca gente que me acompaña cuando mi mente me juega malas pasadas.
Y sí… muchas veces pienso en Amy. En lo que podría haber sido si hubiera tenido terapia adecuada, un entorno que no la explotara, una oportunidad real de parar y mirar hacia adentro.
De elegir relaciones que la sostuvieran. De decir “esto no lo quiero” sin que se viniera el mundo abajo.
Cuidarnos también es un acto de rebeldía
Este texto no es para romantizar su tragedia. Es para que no la olvidemos.
Para que entendamos que el sufrimiento mental no es debilidad, que el cuerpo y la mente están unidos y que no se puede vivir bien si uno de los dos está roto.
Que la música nos puede salvar, pero también necesitamos rutina, descanso, familia (la que elegimos o la que formamos), y espacios donde podamos ser sin rendir examen.
Así que hoy, si estás leyendo esto y te sientes sobrepasada, o si ves que alguien a quien quieres está gritando en silencio, no mires para otro lado.
Acércate. Acompaña. Pide ayuda. Suelta lo que te destruye. Que a veces, lo más revolucionario que podemos hacer… es elegir vivir bien.
Por Amy. Por todas las Amys que están ahí fuera, luchando.
Y por nosotras, que todavía estamos a tiempo de cuidarnos mejor, de elegir distinto y de construir un éxito que no duela.