Ayer tuve la oportunidad de ver «Inside Out 2», la tan esperada secuela de una película que, en su primera entrega, ya había tocado fibras muy profundas en la mayoría. Ver esta película me hizo reflexionar sobre mi propia infancia y cómo podría haber cambiado mi vida si, desde pequeña, hubiera tenido una comprensión más clara de las emociones que gobernaban mi cuerpo.
Ansiedad, que bonito nombre tienes…
Conforme veía las distintas escenas, y concretamente al entrar en escena nuestra querida amiga la «ansiedad», me entraron muchas ganas de abrazar a mi yo de pequeña. A esa niña que se preocupaba tanto por el futuro, por las notas, por el qué haría con su vida… para años más tarde tener una crisis brutal por haber mantenido un nivel de estrés muy alto en el tiempo.
No me arrepiento de lo vivido y tampoco sé cómo hubiese sido mi vida si la preocupación por mi futuro hubiese sido muy baja. Quizás los problemas hubieran sido otros, y quizás no hubiese vivido todas las maravillosas experiencias que he vivido, pero me hubiese gustado poder bajar el nivel de preocupación y tristeza que me abrumaba tantas veces.
Ver «Inside Out 2» me ha hecho preguntarme cómo me hubiese influido contar con una «sala de control» emocional como la de Riley, donde cada emoción tiene su lugar y propósito. Si desde pequeña hubiera entendido que la tristeza no era algo malo de lo que huir, sino una parte fundamental de mi bienestar emocional, tal vez habría aprendido a gestionar mejor los síntomas que me causan el trastorno disfórico premenstrual.
La película también me hizo reflexionar sobre la importancia de la alegría y cómo, aunque a veces es difícil de encontrar, siempre está ahí, esperando ser reconocida y celebrada. Y de cómo a pesar de que
«Inside Out 2» no solo es una obra maestra de la animación, sino también una herramienta poderosa para la educación emocional. Nos muestra lo crucial que es enseñar a los niños a entender y gestionar sus emociones desde una edad temprana. Si hubiera tenido esa comprensión, quizás habría tomado decisiones diferentes, habría evitado ciertos conflictos y, sobre todo, habría sido más amable conmigo misma.
Reflexiones finales
En definitiva me recordó que, aunque no podemos cambiar nuestro pasado, sí podemos influir en nuestro presente y futuro. Podemos aprender a manejar nuestras emociones de una manera más saludable y enseñar a las futuras generaciones a hacer lo mismo.
Si todos tuviéramos una comprensión más profunda de nuestras emociones desde una edad temprana, creo firmemente que el mundo sería un lugar más comprensivo y empático. Esta película es un recordatorio de que nuestras emociones son valiosas y que aprender a manejarlas es una de las mejores inversiones que podemos hacer en nuestra vida.