Dije que intentaría escribir todos los días y ya ayer no lo hice, pero tener un recién nacido en casa dificulta buscar tiempo hasta para aquello que crees que es muy factible.
Las metas están para guiarnos y motivarnos, y si no se consiguen, pues podemos optar por acercarnos a ellas lo máximo posible. Así que aquí estoy, con el chiquitín dormido, intentando mantener mi promesa fallida, para que algún día la consiga.
La reflexión que quiero hacer hoy se remonta a mis clases de Psicología, mientras estudiaba el grado de Criminología.
El profesor Zaccagnini, de quien poco o casi nada recuerdo, quedó en mi memoria por una frase, la frase del título. Apenas puedo recordar su rostro, ni todo lo que aprendimos que estará en alguna cajita de mi memoria, pero sí que recuerdo a fuego esta frase que repetía con entusiasmo.
Es esta frase la que ha resonado en mí en muchas ocasionas. Tan simple y escueta pero a la vez tan poderosa. Y es que los pensamientos que vuelven una y otra vez como si nuestro cerebro se asemejase a una centrifugadora, quedan en su mayoría como eso solo. Pensamientos y no acciones. Pero si nos acostumbrásemos a convertirlo en actos, la centrifugadora cesaría y nos darían una enorme satisfacción.
Pienso en la de veces que esa frase me ha hecho tomar las riendas.
En las ocasiones que he tomado fuerza y he dejado el victimismo de lado, decidiendo hacer algo con ello y transformándolo en un resultado o camino.
Si por cada preocupación que tuviésemos, decidiésemos tomar uno de los siguientes caminos, la vida sería mucho mejor:
- Dejar/obviar ese pensamiento si no tuviese solución… pues si no tuviese solución, para qué perder el tiempo macerándolo
- Ocuparnos de él y hacer algo, en lugar de darle vueltas sin un rumbo
Y al final, a base de práctica, descubriríamos que con estos dos caminos, le pondríamos solución a la mayoría de preocupaciones.
Esto no quitaría el sufrimiento de aquello que no podemos cambiar, pero sí nos despojaría de culpa y nos haría discernir aquello que depende de nosotros, de aquello que se nos escapa.
Y esto me lleva a la plegaria de la Serenidad:
Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.
Y con esto acabo mi reflexión de hoy y espero recordarla con más energía, incluso en los días que las escasas horas de sueño nublan mi cordura.
P.D.: Leo, ojalá aprendas esto antes que yo (L)