Hoy te traigo algo muy personal, pero que seguro resuena en más de una de vosotras. Es un tema que huele a injusticia, a incomprensión… y, para qué mentir, a un poquito de hartazgo también. Vamos allá.
Durante el embarazo —ese momento en el que todo el mundo te dice que te prepares para ser una montaña rusa de emociones— yo era la antítesis de esa idea. Era calma. Era fuerza. Era una versión de mí misma que no conocía. Sin dudas existenciales. Sin ansiedad trepando por las paredes. Sin esa sombra que a veces se cuela cuando no la invitas. Ilusionada. Sólida. Serena.
Y no, no fue porque mágicamente me convirtiera en Buda. Fue, simple y llanamente, porque mi cuerpo estaba en un estado hormonal diferente. Un estado que, paradójicamente, me regaló meses de claridad mental y estabilidad emocional. Como si por fin hubiera encontrado el botón de mute a esa voz interior que siempre busca dramas innecesarios de manera periódica.
Pero (porque siempre hay un pero)… llegó el postparto.
Ahí estaba otra vez el TDPM (Trastorno Disfórico Premenstrual) con sus mejores galas. No llamó a la puerta, simplemente irrumpió sin permiso. Irritabilidad, tristeza, desesperanza, sensación de estar nadando a contracorriente todo el tiempo. Y con él, esa narrativa externa que tanto daño hace:
“Tienes que cambiar tus pensamientos.”
“Haz más ejercicio.”
“Come mejor.”
“Medita más fuerte.”
Y ojo, que todo eso ayuda y muchísimo. La alimentación antiinflamatoria ha sido un regalo para mí (y para mi microbiota, que ya me pide kefir en lugar de yogur). La psicología cognitiva ha hecho que no me crea cada pensamiento catastrófico que pasa por mi cabeza y me sacó de una crisis de ansiedad brutal. Y el ejercicio… bueno, está claro que es necesario para todos sea de la forma que sea.
Peeeero, (y aquí viene la parte que nadie quiere escuchar), no son la solución mágica cuando el cuerpo está atravesado por un desequilibrio hormonal profundo.
Cuando mis ciclos desaparecieron, curiosamente, también desapareció la necesidad imperiosa de estar siempre “gestionándome”. Sin estrógenos y progesterona jugando al escondite en mi cuerpo, no necesitaba hacer malabares para sentirme bien.
Comía lo normal (dentro de que padezco colon irritable y que el embarazo te priva de comer ciertos alimentos), hacía ejercicio moderado, seguía con mis herramientas psicológicas… y todo eso me sumaba, claro. Pero el estado base era estabilidad emocional sin esfuerzo titánico.
Y es que, hay algo muy injusto en cómo se trata el malestar emocional de las mujeres. Se nos dice que es nuestra responsabilidad estar bien. Que es cuestión de «actitud». Que tenemos que sonreír más, que no seamos tan sensibles, que pensemos en positivo.
¿Y si no es solo cuestión de actitud?
¿Y si nuestro cuerpo está pidiendo auxilio a través de sus desajustes hormonales?
¿Y si la raíz no está en cómo pensamos sino en cómo fluctúan esas moléculas dentro de nosotras?
La neuroquímica es muy clara: las hormonas influyen (y mucho) en nuestros neurotransmisores. Y pretender que salir a dar un paseo al sol va a equilibrar un desajuste hormonal severo es, con cariño, un poco naif. Que sí, que suma. Pero no siempre es suficiente.
Este artículo no es una oda al derrotismo. Al contrario. Es un grito para que se entienda que: Las herramientas de salud mental son súper útiles. La alimentación y el ejercicio son aliados fieles. Pero cuando hay un problema hormonal real, hay que abordarlo también desde lo médico y lo biológico.
No somos débiles por necesitar apoyo farmacológico o terapias específicas cuando nuestras hormonas hacen huelga en nuestro organismo. No somos menos evolucionadas por no poder surfear cada oleada con afirmaciones positivas.
Somos humanas. Y nuestras hormonas también forman parte de esa ecuación.
Así que corazón, si estás leyendo esto en un día en el que sientes que haces todo «bien» y aun así no estás bien… No es tu culpa.
No es que te falte voluntad.
Quizás solo es que tus hormonas están montadas en su propia montaña rusa y necesitan algo más que buenos consejos para bajar.
Sigue aprendiendo, sigue cuidándote, pero sobre todo: exige que también se hable de la parte orgánica. Porque no todo está en la mente… y eso también está bien.
Te abrazo fuerte en este camino de altibajos, pero siempre con la vista en el horizonte 🌷.